En la sesión del lunes 22 nuestro espacio oración estuvo dedicado a las bienaventuranzas (Mt 4,23; 5, 1-12; 6, 9-13). Aunque no es fácil traducir en palabras la riqueza de lo vivido, me parece que podríamos resumirlo diciendo que las bienaventuranzas:
- Nos ayudan a acercarnos a Jesús, y a descubrir su rostro.
- Son un programa de amor, felicidad y libertad dirigido a todas las personas.
- Una invitación a construir nuestra humanidad y vivir el Reino de Dios, a edificar el Reino de Dios desde el amor cristiano.
- Por eso es muy necesario entroncar las bienaventuranzas con la vida cotidiana del cristiano, en la que experimentamos la difícil relación con la pobreza, y las bienaventuranzas en general; pero también como Dios nos conoce y nos ha dejado un camino para poder vivirlas (su “Padre nuestro del cielo...” ).
Pero tal vez lo más significativo fue ese descubrimiento de que la felicidad hay que esperarla como don, y no vivirla como búsqueda, surgido a raíz de un enriquecedor testimonio: El de Paqui, una mujer muy deteriorada, podríamos decir una piltrafa humana, que apenas articula monosílabos y que no tiene a nadie, y a la que un día una voluntaria la invitó a un café, y ahí se inició un proceso de transformación....
Testimonio que no sólo nos sirvió para descubrir el sentido profundo de la felicidad (y de la antropología humana que ve al ser humano como ser pobre y necesitado), sino que nos sirvió para comprobar que no podemos amar si no nos ponemos a la misma altura que el otro; que es necesario ir más allá de la pobreza para descubrir a la persona que hay en el pobre; que el amor siempre da importancia a las personas, a la relación y apertura con el otro; y aquí aparece el dinamismo transformador.
Esto nos sirvió para hacer otra constatación: el mundo actual es profundamente infeliz, y buena parte de ello tiene que ver con que hemos hecho de las bienaventuranzas virtud y ley, olvidando que las bienaventuranzas no son doctrina, son experiencia del amor misericordioso de Dios Padre; son un programa de felicidad como sentido de la vida.
Testimonio que no sólo nos sirvió para descubrir el sentido profundo de la felicidad (y de la antropología humana que ve al ser humano como ser pobre y necesitado), sino que nos sirvió para comprobar que no podemos amar si no nos ponemos a la misma altura que el otro; que es necesario ir más allá de la pobreza para descubrir a la persona que hay en el pobre; que el amor siempre da importancia a las personas, a la relación y apertura con el otro; y aquí aparece el dinamismo transformador.
Esto nos sirvió para hacer otra constatación: el mundo actual es profundamente infeliz, y buena parte de ello tiene que ver con que hemos hecho de las bienaventuranzas virtud y ley, olvidando que las bienaventuranzas no son doctrina, son experiencia del amor misericordioso de Dios Padre; son un programa de felicidad como sentido de la vida.
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