Estamos tratando en el Seminario de Lectura de la Realidad la historia de la Iglesia medieval, una época larga época que parece presidida por más sombras que luces. Para ayudarnos a reflexionar sobre el tema, vamos a recordar un cuento que nos ayude a ver el tema desde otro punto de vista. Es el segundo cuento de la primera jornada de El Decamerón.
El judio Abraham, animado por Giannotto de
Civigni, va a la corte de Roma y, vista la maldad de los clérigos, vuelve a
París y se hace cristiano.
Un comerciante de París era amigo
de un colega judío, tan bellísima persona que el cristiano sufría al pensar que
hombre tan bueno y sabio pudiera condenarse por no confesar la religión
verdadera. Así que trató de convencerle, de que abandonase su fe judaica y se
hiciese cristiano.
Después de largas conversaciones,
Abraham, que así se llamaba el judío, manifestó que antes de tomar una decisión
quería ir a Roma y conocer al que llaman nada menos que Vicario de Cristo y
observar sus costumbres, junto con las de los cardenales. “Si, además de tus
palabras, me convence la conducta de los príncipes de la Iglesia, me haré
cristiano”.
Podéis imaginaros el horror del
comerciante parisino; en vano habrían sido todas sus prédicas, su amigo
permanecería fiel a su fe. “Si va a la corte de Roma y ve la vida impía y
depravada de los eclesiásticos, no ya no se hará cristiano, siendo judío, sino
que, si cristiano fuese, judío de seguro se tornaría”. Fueron inútiles todas
las razones para convencer a Abraham de que no viajase a Roma.
Y tal como se esperaba, entre lo
que observó y lo que le contaron en la Ciudad eterna “halló que, del mayor al
menor todos allí, generalmente, pecaban con gran deshonestidad en cosas de
lujuria, y no solo en la natural, sino en la sodomitica, sin freno alguno de
remordimiento o vergüenza, al punto de que sin la mucha influencia de las
meretrices y de los efebos no se podía conseguir nunca nada. Además observo que
eran comilones, ebrios, servidores de su vientre, como animales irracionales. Y
tan avaros y ansiosos de dinero los vio, que tanto la sangre humana, incluso la
cristiana, como las cosas divinas y todo lo relacionado con los beneficios y
sacrificios, vendían y compraban por dinero”.
Después de esta experiencia,
Abraham volvió a Paris y le comunicó a su amigo su decisión de bautizarse: Ante
la natural sorpresa de su amigo, le confesó que si bien es cierto que no había
encontrado más que lujuria, avaricia y gula: hasta el punto de tener a Roma
“más por una sede de obras diabólicas que divinas”, el hecho de que, pese a los
esfuerzos en contra de la cúspide eclesiástica, se pudiese encontrar siempre y
en todo lugar a buenos cristianos, tal como su amigo, era prueba patente de que
la Iglesia de Cristo contaba con el amparo del Espíritu Santo.
Algunos corolarios:
- Que, con la catadura moral de la Iglesia, en su historia, y en algunos muy graves hechos del presente, parece que el milagro que atestigua su protección divina es que haya sobrevivido 2.000 años.
- Que aun en los tiempos de mayor degeneración de la Iglesia -y es difícil atreverse a decir cuando han sido los peores, durante el cisma de Avignon, la corte renacentista de Alejandro VI, etc.- siempre han existido buenos cristianos.
- Los cristianos cristianos, tanto en la cristiandad, como luego en las llamadas sociedades cristianas, han sido siempre una minoría insignificante, y lo siguen siendo en las sociedades secularizadas, aunque ahora, sin detentar poder, puede ser que sean algunos más y sobre todo mejores.
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