En la sesión del 10 de diciembre
de 2012 abordamos el tema de la pobreza en el
Antiguo Testamento, y en la puesta en común salieron algunas ideas
interesantes para tener en cuenta a la hora de afrontar la pobreza actual.
Vimos que el tema cuestiona
nuestra propia forma de ver a los pobres, y que nuestra forma de mirar a los
pobres no coincide con la de la Biblia. Nosotros tendemos a identificar la
pobreza con la carencia económica, con lo cual parece que la respuesta es hacer
una colecta y dar limosna.
Es una respuesta, pero es
insuficiente. Lo más importante no es lo económico, sino que el pobre es una
persona. Y si valoramos sólo lo económico amenazamos su dignidad (que en
nuestra sociedad está vinculada al trabajo y al dinero). Sin dignidad, estas personas
pobres pierden sus derechos y, al perder estos pierden la justicia. Se
les reduce a la caridad. Así se dice a Cáritas, a la iglesia, a las Ongs…
vosotros ocuparos de la caridad.
Así descubrimos una línea bíblica
que nos muestra que el Dios revelado es incompatible con el dios dinero. Algo totalmente
claro desde el Éxodo, y que alcanza su máxima expresión en Jesús: “no podéis
servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). En esta perspectiva bíblica, la
pobreza, encuentra tres líneas de comprensión, que recogen el aspecto social,
religioso y misterioso de la pobreza:
- Como situación económica, social y humana.
- Como un fenómeno de fe, que surge cuando nos interrogamos acerca de por qué ha surgido la pobreza, y que tiene su expresión paradigmática en una figura: el siervo de Yavé.
- Como una actitud espiritual. La lucha evangélica contra la pobreza.
En nuestra realidad la pobreza es
un tema polémico y conflictivo, pero sobre todo un tema que molesta. Además se da una paradoja importante: los
pobres saben cómo viven los ricos (la televisión, la publicidad…) pero los
ricos no saben cómo viven los pobres.
Si miramos la pobreza como la
mira Dios nos damos cuenta de que el pobre es imagen viva de Dios, imagen
pisoteada, lo que le duele profundamente. La cuestión es cómo podemos traducir
este lenguaje bíblico a nuestra realidad actual. Y si logramos hacerlo genera
problemas, ya que cuestiona las raíces de la sociedad. Se confirma una vez más que
la luz hace daño cuando la miramos con ojos enfermos.
También los pobres cuestionan a
la iglesia su realidad, sobre todo porque desenmascaran su moral, su
espiritualidad, su propia imagen de Dios. Tenemos un gran reto: recuperar la
auténtica imagen de Dios, y mirar la realidad con los ojos de Dios; tenemos que
cuestionarnos acerca de cómo vemos el mundo y cómo lo ve Dios. Y, desde esa
perspectiva, la pobreza es una forma del misterio del mal.
En el diálogo se habla acerca de
que dignidad puede resultar una expresión muy fuerte, sobre todo cuando te
encuentras a personas muy deterioradas; se señala que se puede entender la dignidad
como derechos, y se razona recordando como desde que el gobierno recortó la
asistencia sanitaria a inmigrantes sin papeles, o a jóvenes mayores de 26 años
sin trabajo, hay muchas personas que han perdido el derecho, y sólo pueden ser
atendidas desde la beneficencia.
Si nos fijamos en nuestra
evolución podremos darnos cuenta de que con la Ley de Sanidad desapareció, en
gran medida, la beneficencia que hacía que, al no existir un derecho universal,
las órdenes religiosas y otras personas
o colectivos que la ejercían, apareciesen como salvadores). Hoy estamos en
riesgo de volver a esa situación, porque hemos perdidos derechos en la sanidad,
en la justicia… y por eso es muy importante defender los derechos universales.
En la reflexión sobre este tema
de la limosna, la ayuda… se aporta como Jesús supo denunciar las actitudes
hipócritas, pero fue capaz de ver la moneda de la viuda, que da de lo muy poco,
y como el gesto de esta mujer transmite una esperanza muy grande.
También nosotros podemos
transmitir esperanza, y podemos hacerlo cuando creemos en la dignidad de las
personas. También en este camino podemos
aprender de la lógica divina: cuando Dios quiere decir algo, siempre parte del
desierto. Por eso hemos de ser conscientes que la esperanza hoy no vendrá de
Bruselas, de Berlín… tampoco vendrá del Vaticano, vendrá del desierto social,
vendrá de los pobres. Además, esta
lógica es la única que nos permite vislumbras signos de esperanza para todos,
para los pobres y para los ricos.,
Los que en el desierto luchan al lado
de los pobres son los que traen buenas noticias; para ellos ha sido como
resucitar. Lo mejor que podemos hacer a los ricos es salvarlos desde los
pobres. Jesús vino a salvar a todos desde los pobres.
Vemos que estamos bajo el imperio
del dinero, y a ese imperio se someten los derechos, y la dignidad de la
persona. Por eso el capitalismo está siendo un sistema nefasto, ya que la
persona y su dignidad no pintan nada. Pintan el dinero, el poder y el prestigio
que otorga. Vales tanto como tienes. Los ricos tampoco pintan nada como
personas. Es su dinero lo que cuenta.
La gente que lucha contra los
desahucios es un signo, una entrega gratuita. No piden nada, no se presentan a
las elecciones… Desde el poder hay que desesperar; será desde la marginación,
desde el desierto social, de donde vendrá el nuevo Juan el Bautista, que a lo
mejor no es de la Iglesia.
Existe un riesgo de manipular al
pobre, y hacerlo más pobres, si le quito la responsabilidad, decido por él,
pienso por él, marco sus necesidades… Si
tuviésemos esto en cuenta, y respetásemos la dignidad y responsabilidad del
pobre sería una fuerza de transformación impresionante.